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viernes, 24 de julio de 2009

Búscate la vida (Get A Life): La mejor puta serie de la puta historia.

Canal + emitió esta serie por primera vez en 1992, aunque yo la ví en el 94 en horario de tarde. Tendría yo 8 años, y mis amiguitos de primaria me vinieron un día descojonados porque había una serie nueva que al parecer iba de un gilipollas que era la risión. No teniendo nada mejor que hacer porque entonces internet no existía al menos en España y si existía no lo conocía ni Dios -sí, niños, hubo un mundo lleno de luz antes de internet- me dispuse a verla en casa de un amigo. No era tal y como me la contaron. Era mucho mucho mucho mucho mejor. No podía dar crédito a lo que estaba viendo.


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La serie cuenta la vida de Chris Peterson -interpretado por el fabuloso y minusvalorado Chris Elliot, del que me considero un fan acérrimo-, treintañero con mentalidad de crío pequeño, que vive aún con sus padres; eso sí, independizado en su "sexy y acogedor apartamento de soltero" encima del garaje. Chris se levanta por las mañanas, saluda a sus padres -que visten siempre con pijama y bata, incluso cuando se van a la opera-, desayuna con ellos e inmediatamente algo grave pasa, como por ejemplo que vienen unos obreros de la construcción a declarar una guerra de herramientas en una cocina, o un extraterrestre cae desde el cielo, o una top model llega a la ciudad, o decide irse de excursión al campo para perderse en él.

Chris no es un vago, no. Chris trabaja. De repartidor de periódicos en bici, como cualquier niño de catorce años de un pequeño pueblo en EE.UU. Pero eso sí, él es Jefe de Repartidores, cuidado xDDD. Se sienta con un batido con sus subordinados de catorce años y éstos le ningunean y se ríen de él. Chris tiene amigos. Uno. Larry, que ya se ha casado y tiene una hija, pero con quien sigue comportándose, cómo no, como un niño de 14 años. La mujer de Larry, Sharon, es la archienemiga de Chris. Una zorra sideral. En la segunda temporada de la serie Chris por fin logra irse de casa -tras un par de intentos frustrados, como aquella vez que lo intentó y no supo abrir la puerta de la casa- a vivir con Gus, un policía malencarado que fue expulsado del cuerpo por mearse en los pantalones del capitán. Evidentemente, le hace dormir en el garaje. Estos son los personajes fundamentales de la serie, pocos y bizarros.

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Chris y loca psicopata compartiendo camiseta, Chris radiactivo, Gus el mala sombra, Chris viajando en el tiempo, Sharon la veneno, el papi de Chris (que también lo es en la vida real xDDD) y mamá.


Escribiré un diálogo suyo, del capitulo 18: Los obreros de la construcción:

Eran aun más impresionantes de lo que había imaginado. Yo había leído miles de libros y visto miles de películas de obreros, pero no estaba preparado para la increible ola de alegría y respeto que sentí cuando aquellas gloriosas y míticas criaturas entraron por la puerta. ¡¡¡Los dioses habían bajado del cielo, y ahora estaban en la cocina de mis padres...!!!

-Chris, hablando de los obreros que estaban en la cocina reparando una vulgar cañería. xDDDDDD-


La serie es de humor 130.000%. Enlaza situaciones humorísticas y las explota al máximo (pero al máximo de verdad, nada de mariconadas), la marca de la casa es dar una vuelta de tuerca más a la situación, hasta hacerla surrelista. Hasta que no consiguen torcer una situación normal en lo más bizarro imaginable, no paran. Eso cuando se parte de una situación normal; cuando se parte ya de lo bizarro, las cotas de surrealismo son brutales.

Los creadores de la serie son el propio Elliot y David Mirkin, que también fue guionista y productor de los mejores episodios de Los Simpsons (los de las primeras temporadas). Lo que en Los Simpsons es la típica acerada crítica, en Búscate la Vida es surrealismo radical; lo que en los Simpsons es la típica incorrección política, en Búscate la Vida es algo aún mejor.

En fín. La música de REM, el extraterrestre Vomitón, el capi en que Chris compra un submarino para usarlo en la ducha y su padre y él se quedan encerrados dentro, el capítulo del inspector de sanidad, el que Gus y él están afectados por radiaciones "nucelares", las múltiples muertes de Chris (sí, al final de algunos capis suele palmarla: aplastado por una piedra, devorado por canibales, etc. Al estilo Kenny -los creadores de South Park sacaron este recurso para Kenny como guiño a Chris-, para luego en el siguiente reaparecer vivo y coleando como si nada), el del concurso de deletreo...Joder, ojalá encontrará la serie en español, porque juro por Dios que me la compraba. Qué serie más subnormal y grandiosa, Buscate la vida fue una serie de dibujos animados rodada a imagen real. Al ser vieja de cojones, puede dificultar la decisión de visionarla al pensar que se ha quedado desfasadísima. Nada más lejos de la verdad. Se tiene que ver, SÍ o SÍ.

Para terminar, pondré aquí el capítulo del extraterrestre Vomitón, con uno de los finales más deliciosos que he visto. xDDD



Chris dice: Os quiero.

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miércoles, 22 de julio de 2009

Bibliotecas

Antes de entrar en el asunto, me gustaría copiar aquí el genial escrito de Borges -el primero de los suyos que leí- titulado "La biblioteca de Babel". Quizá cumpla, para algún pobre desgraciado que haya llegado a este bluejj mientras buscaba porno ugandés, la doble intención con la que lo pongo: la de que sea leído y disfrutado como yo lo he hecho tantas veces y la de ambientar esta entrada. Aquí no hablaré sobre libros, sino de los edificios donde éstos se guardan, y que no se han tratado nunca y me resultan muy muy interesantes.



Pincha aquí para leer el cuento de Borges

La Biblioteca de Babel

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.

También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.



FIN



Pocas cosas me fascinan más que una biblioteca repleta de libros, pocos ambientes me parecen más elevados, más humanos, más recogidos que el de las bibliotecas. Evidentemente hablo de las de bibliotecas como Dios manda, donde el centro de atención son los libros, no de la biblioteca de la Facultad de Ciencias del Zorrerío, donde decenas de chiquillas estudiantes están allí apiñadas entre mochilas y cuchicheos (recuerdo una cojonuda anécdota entre moi y una de éstas, que no paraba de salir a fumar, y cuando entraba se pasaba las horas partiéndose la caja). Tampoco soy como esas bibliotecarias mal folla´ e intransigentes que dejan a la orden de los Cartujos como verbeneros. He tenido mis charlas (sin hablar como un periquito) como todo el mundo, pero sin pasarse de la raya. Ahora es que está muy mal la cosa, ambiente que invita a la lectura: cero. Todo son taconeos sobre el parquet, timbres de móviles y tirorís de los putos portátiles. Me sorprende que haya tanta gente que vive en casas con peores condiciones para estudiar que esas salas donde hay un pandemónium infernal y un infinito trasiego de peña. Con todo eso, han logrado que las bibliotecas públicas (como ya hicieron con los gimnasios) pierdan su encanto y se conviertan en prolongaciones de nuestras facultades.

Continuo, las imágenes de bibliotecas siempre me han gustado, las fotos de anaqueles y anaqueles curvados por el peso de los libros siempre han suscitado en mí una emoción especial. He encontrado una página web cuyo contenido es, estrictamente, el de imágenes de bibliotecas.





Sí, ya sé que estas últimas son de librerías, pero me da igual, las librerías son geniales y apasionantes. A todo el que le gusten de verdad las librerías le gustaría visitar la Medina de Casablanca, y, entre puestos de alfarería, especias, marroquinería y dátiles, encontrar por azar un puesto misterioso donde vendan libros de segunda mano extremadamente difíciles de encontrar, como por ejemplo un Les Ruines ou méditation sur les révolutions des empires de Constantin-François de Chasseboeuf, conde de Volney.

Seguiré dándole a la tecla. Una de las bibliotecas que más ganas tengo de visitar es la del Senado en Madrid. Toda metálica, con anaqueles metálicos y puertas metálicas con arcos góticos pero que parecen de madera a simple vista y que sólo cuando te dicen que no, que es de metal todo y uno se acerca y da unos golpecitos y nota que lo que parece madera está frío y suena a fierro se da cuenta de que es así.



O la biblioteca de El Edificio, de la novela El Nombre de la Rosa de Umberto Eco. En la película hacen una recreación bastante ama (aunque lo de las escaleras es una trola), la descripción hecha en el libro es impresionante y con un sabor medieval excelente: laberíntica, intoxicada de venenos y la mayor de la Cristiandad a principios del siglo XIV.

Al fondo, en El Edificio.


Las bibliotecas privadas. Disfruto mucho viendo las bibliotecas que los diferentes autores tienen en sus casas, y me encantan sus fotos con ellas detrás, como la de Javier Marías por ejemplo (Esta foto en particular me encanta: padre e hijo, ambos escritores, rodeados de libros, máquinas de escribir y cigarrillos.):



También me gusta la biblioteca privada de Don Miguel de Unamuno. Como una de las más grandes y con más volúmenes (como se puede observar en la fotografía, que el pobre estará pensando que demonios hacer con tanto ladrillo), dicen que pocas cosas hay comparables al embrujo que suscita la entrada a esta biblioteca, pues allí se encuentra, en parte, sepultada el alma de su dueño:



Y hablando de Borges -no he interpolado la palabra fierro antes ni ahora la palabra interpolado por casualidad ;-)-. Ya que he incrustado un escrito suyo en la entrada, se me antoja la necesidad de ver la cantidad ingente de libros que tenía en su casa; me gustaría ver la imagen de un Borges ciego, rodeado de libros que ya no podía leer, de los libros que le tenían que leer en voz alta porque sus ojos ya no distinguían pero cuya ubicación exacta en las estanterías recordaba perfectamente.


Por supuesto, no puedo obviar las bibliotecas de la gente normal y corriente. Es algo en lo que siempre me fijo al entrar en una casa ajena, porque pocas cosas son tan bonitas como una biblioteca privada en casa.


En fín, son unas imágenes hermosísimas, fascinantes, al menos para mí. Me encantaría hablar sobre bibliotecas con alguien, pero como no conozco a ningún piezas que comparta mi interés, pues me jodo y escribo aquí mis pijadas.

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martes, 21 de julio de 2009

Canguros en Austria (primera parte)

Para ir pillando carrerilla, contaré una anécdota reciente. Hace cosa de un mes, quedé tan ricamente un fin de semana con mi chica en Basilea, Suiza. Pues bien, el vuelo en cuestión me lo pillé de Alicante por Ryanair, una supuesta compañía Low Cost. Aunque el vuelo me salió por casi 3€, así que eso de que sea barato hay que discutirlo...

Imprimí las tarjetas de embarque y las guarde en mi carpeta, todo parecía bien. Pero tres días antes de partir, reviso las tarjetas y me quedo con cara de...



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 al leer que mi DNI no coincidía con el que había en el papelajo por un solo número. Y claro, estos mamones son capaces de dejarme en tierra por esa nimiedad. Busco forma de contactar con la compañía, pero ni siquiera tienen una dirección de correo electrónico a la que reclamar. Sólo un 807 al que hice bien en no llamar, ya que leí que te contestan con un "espere" y ahí te quedas, majo. Indagando por el océano de la internez, di con un número con prefijo telefónico 96 que -según decían- pertenecía a la compañía. Llamo y me contesta una anciana con voz desvalida, raquítica y con pinta de estar trabajando de teleoperadora en algún gallinero. Me contesta que no puede corregir una mierda y tan sólo me propuso tres opciones:

- Persistir con el maligno número 807, hasta que algún (infra)humano me contestase.

- Resolver este problema en el Altet.

- Morirme.

Para poder resolverlo en el aeropuerto, debería estar allí algunas horas antes de mi vuelo. Pero al salir desde Valencia, billete pagado y con horario justo, pues como que no. Así que mi única opción era llamar. Evidentemente llamé y lo corregí (45 minutos de llamadas continuas pero lo corregí, y tuve suerte encima, no te jode...), de lo contrario esta entrada no tendría 2ª parte. Aunque tuve que llamar desde la casa de mi abuela y aprovecharme de su super seguro telefónico, ofrecido por el ayuntamiento de mi pueblo para los de la tercera acera.

Pasaron los días y llego el gran momento. Para variar ese día perdí un móvil y casi pierdo el autobús. Llego a Alicante y la linea C-6 que va al Altet se retrasa, y todos los de la parada estuvimos esperándolo de pie, remojados por el alquitrán hirviendo y derretido (a causa del calor sofocante) que salpicaban los coches. Llego al Altet y me pongo en la cola de facturación con mis tarjetas y un bocata tortillajin que me compre del Self Service. Pero, ¡quieto parao! El trasto donde se miden las maletas era un jodido canalillo y yo tenía un "bolso de mano" que pondría verde de envidia a Ian Wright...

No tenía dinero para facturar el bolso, así que lo agarro, voy a un restaurante cercano, le pido prestado el cuchillo a un amable anciano con cara de buena persona, y me lio a cortar la pieza de cartón del interior de la bolsa, que estaba unido a la maleta con un forro de tela. Sin esa tablilla, mi bolsa quedo flexible y maniobrable. Devuelvo el cuchillo al anciano clavándoselo en el corazón, oculto el trozo de cartón para después recogerlo y a fuerza de hostias y cabezazos consigo introducir mi bolso en el medidor (a mí no me cobra 30€ por facturar una maleta ni mi tía la calva).

Afortunamente el avión no se retrasó. Escuché que la flota Ryanair es una de las más modernas del continente y al ver el aparato comprobé que era cierto. Era como este modelo pero más grande:



 Subo al puto trasto (que no numeran los asientos y las colas inmundas y agobiantes que se forman al entrar en el avión son la repolla, con tanta muerte y embarazada pisoteada) y me topo con un azafato sidoso o con alguna venérea y con algún trastorno del habla. Me suelta un trabalenguas alemán al que yo respondo con un "talamierda", que me demostró que ese pobre infeliz no sabía ni sabe hablar español.
Me senté con una anciana de aldea. No sé a donde iba ni quién la había metido allí porque nada cuadraba, era el prototipo de abuela que ves en el entierro de la sardina y allí estaba. Viajaba con la mismísima muerte.

En resumen, un vuelo excelente. Al fundador de esta compañía le deberían levantar una estatua ecuestre en la plaza mayor de cada ciudad de más de 30.000 habitantes. Al llegar, un grupo de pringuis del avión se organizaron para presentar una reclamación conjunta por un desplume de los equipajes sin candado. Yo como no facturé porque fuí listo como un chimpance, me reuní con mi pichoncin.

 La aventura comenzaba ahora...

PD: Historia fidedigna 100%. Igual me excedí en algunas cosas, como la puñalada en el corazón del anciano cuando en realidad fue en un ojo, pero sólo es para darle un sabor más épico.

2º Capítulo, aquí

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lunes, 20 de julio de 2009

¡¡¡TXUPINAZO!!!


¡¡Y así, queda inaugurado mi nuevo bluejj!!

Inicio mi andadura en este mundillo aunque la blogosfera esté más pasada de moda que el romanticismo. Francamente, me da igual que Twitter, Facebook y Tuenti Tuiter, Feisbuk, el Tuenty y su puta madre hayan desplazado a los Bluejjs del referente de moda en Internet. Me importa un pedrusco seco.

Me apetecía usar este medio para tener mi propio islote cerebral, un lugar fértil donde alojar todos mis intereses. Y eso ninguna red social o microblogging me lo puede proporcionar.


Ya que mis escritos implican en mayor o menor medida un esfuerzo, prefiero recopilarlo todo aquí a modo de diario, antes de dejar que se pierdan en el Hades de un foro habitado por analfabetos funcionales y mocosos adolescentes. Esto no es un ejercicio de proselitismo ni pretendo buscar ningún tipo de autobombo. La idea es pasar mi ratillo de un forma más o menos entretenida con una de mis aficiones actuales, cagar rascacielos.


Bueno, para ir tirando mencionaré algo que no todo el mundo sabe: ¿qué hostias hacen los restaurantes chinos e hindúes para que el arroz les quede tan "despegao", y no tan pastoso como le sale al resto de la humanidad?

No hacen nada. Los jodíos usan la Rice Cooker, un aparato eléctrico que te cocina el arroz en 10 minutos. Todo un invento que se puede conseguir barato en las tiendas de chinos del pueblo o en los mismos restaurantes.

Ala, a dormir.

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