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sábado, 15 de agosto de 2009

Canguros en Austria (segunda parte)

Voy a finalizar la segunda parte de los canguros, que me da cosa no terminarlo.



Un viaje a Austria no es recomendable para ir cámara en pecho y pantalones cortos, aviso. Tampoco es recomendable para personas asustadizas, apocadas, indecisas, afeminadas, escrupulosas, o sin el cuajo suficiente para aguantar un clima espeso en olores e insectos, o el trato poco amigable de los lugareños austriacos. Esto es un viaje para gente guijarrosa y echa´ pa´lante. Por supuesto en ese país no hay una conciencia social del concepto Turismo, y el mero hecho de sacar una cámara y grabar algo supone la bronca del transeúnte medio, que se queja y grita gesticulando como si te estuviera lanzando un sortilegio, porque imagina que con eso vamos a ganar dinero a su costa y le robaremos su alma y calcetines...



¿Qué es lo que sabía de Austria antes de ir?

Religión: ¿Chamanista y totemista?
Idioma: Ni idea.
Moneda y cambio: Ni idea.
Vacunas que hacen falta: Ni idea.
¿Algo más que añadir?: Que Sissi era emperatriz allí, por lo demás ni puta idea.

¿Qué es lo que sabía de Austria al volverme?

Religión: Chamanista y totemista.
Idioma: El idioma es chanante, es como una mezcla entre hindú y malayo.
Moneda y cambio: Emplean el trueque.
Vacunas que hacen falta: Hepatitis A y B, fiebres tifoideas, tétanos, meningitis, cólera, rabia y alguna más que se me olvida. Vamos, instálate el ESET NOD32 en el cuerpo antes de ir.
¿Algo más que añadir?: Eso viene ahora.

Ahí vamos...

Nada más bajarme del avión ya me lo estaba gozando. A estos sitios tropicales hay que ir en invierno, llueve poco y la temperatura es cojonuda. Rollo primavera en Valencia pero con más humedad. Veo a mi chica, agarramos su Volkswagen Golf y nos piramos a Voralberg, una provincia austriaca conocida como “el glande de austria”. Mientras miraba por la ventanilla, me cuenta que no vamos a dormir en su castillo de princesa, ha tenido que elegir otro destino. Una amiga suya le pidió a su buen amigo nicaragüense Pilipi, alquilarle su casita de campo que se encuentra en los límites de los Alpes. Me dijo que era su chalet de fín de semana, donde llevaba a su mujer e hijos a descansar. Así que supongo que no estará tan mal.

Llegamos a su pueblo, recogemos a su amiga y nos dirigimos a la casa del nicaragüense para pedirle las llaves. Llega, y nos explica que no podíamos ir sin él hasta el chalet.

- ¿Je,je,je, y eso por qué? -dije.
- Porque os meterían en la cárcel.
- ¡¡Je,je...!!

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Nos contó que esas montañas es zona privada, si algún vecino se percatara de nuestra existencia, llamaría ipso facto a la policia. Eso del "tiene usted derecho a un abogado, todo lo que diga..." queda de puta madre en las peliculas de Jólibud, pero en estas repúblicas bananeras cuando te meten en el trullo, echan el candado y tiran la llave al lago Constanza. Esto si te lo cuenta un buen amigo no te crees una mierda. Pero sabiendo quien es Pilipi, un tío que no conoces de nada y con la risa firmada en el rostro, pues te lo crees un poco.

Así que nada, agarramos y nos vamos en su coche hasta la choza aquella. Tras una hora conduciendo nos deja en un terreno agreste, y al poco de girar la cabeza para ver la puta montaña donde se encontraba su chalecito, coge, y se toma las de Villadiego el mamonazo. Y ahí estabamos vendidos los 3: Yo, mi mendruguín y su amiga, a las 11 de la noche, en medio de una neblina glauca; y de un montón de ruidos (que provocaban diarrea con mejor resultado que los yogures Activia), como aullidos de lobos y ulular de buhos. La jodía de la amiga de mi chica sabía a lo que se enfrentaba, ya que iba equipada como para subir el monte Olimpo de Marte a la pata coja, mientras que yo y mi palomita ibamos equipados para andar por el Parque del Retiro en el mes de mayo. Me explico: pantalones vaqueros, zapatillas pijas, camiseta y para de contar. En fin, material poco aconsejable para la que nos venía encima. Su amiga en cambio iba bien equipada: chupa y guantes de Goretex, pantalones de esqui, crampones y piolet.

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Comenzamos a subir, no por la vertiente suroeste ni por un escalon natural ni hostias, sino a ciegas y sin saber por donde pisabamos. La casa estaba en lo alto de la montaña, así que sólo se nos ocurrió -vistas las circunstancias- tirar en línea recta.Cruzamos la valla y al pisar la raiz de la montaña casi nos hundimos en un pozo de barro fangoso. Pensamos de forma unánime: “¡Estamos muertos! Pringados de lodo, comenzamos a subir la pendiente mientras evitábamos ser tragados por los charcos cenagosos. De repente la pendiente acabo en un muro de roca vertical de unos 20 metros, y aquí es donde empezó el marrón:

¡La madre que nos parió! Mi cuchifritín y yo sin crampones ni piolet en medio del berenjenal. Decidimos repartirnos el material con la amiga, aunque no tenía cuerda de escalada. Un crampón para cada uno y la amiga a tirar solo de piolet, ya que calzaba botas de plástico. Escalamos el muro de 20 metros. La amiga subió una mini-rampa y dijo: “¡Hielo!” Yo grité: “¡Hostia tía!, ¡estamos bien jodidos!”.

Nos planteamos mandar a la amiga a algún refugio de la polizei, pero ella dijo que no, que un rescate de salvamento no era gratuito en ese país. Así que nos tocaba jodernos y continuar la marcha a riesgo de irnos al otro barrio.

La amiga abría huecos en la pendiente con los piolets para que pudieramos meter los pies. Aunque los descensos son siempre más peligrosos que los ascensos (debido a la fuerza de la gravedad), en este ascenso a mi chica y a mí nos costaba horrores. A duras penas manteniamos el equilibrio en la pendiente, ya que la nieve estaba muy dura y resbaladiza. Sobre todo para ella, que ya no sentía los dedos de los pies. Al final conseguimos llegar al refugio. A éllas solo se les ocurrio reir como locas. Era un caserón viejo, habitado por un oso. El suelo era un manto de guano de murciélago y al abrir una de las habitaciones de la buhardilla el techo era toda una comunidad de estos simpáticos animalillos.

Pasamos la noche y nos levantamos prontito. Pero antes de nada tenemos que desayunar fuerte para poder acometer el día con las energías suficientes. El desayuno de los campeones: Cuero de bota ahumado, una salchicha de esas de plástico alemanas, oso frito, un cacho de berenjena frita, y de postre, entrañas de murciélago. Todo regado con una gatorade por eso de la pérdida de sales por la humedad acojonante.

Y para movernos por el mundo, nada como las lembas españolas:



Salí de la choza con el kit de guiri reglamentario oficial que me compré en un chino, esto es: Chancletas, pantalón corto “multibolsillo” con plátanos impresos, cámara con funda enganchada al cinturón, camiseta de publicidad Eroski y cara de no enterarme de una mierda.

Lo que me encuentro en Austria es lo propio de cualquier país subdesarrollado y abandonado a su suerte. Ciudades que, aunque con estructura y diseño europeos (edificios, asfalto, semáforos, farolas), todo, absolutamente todo deteriorado y sin posibilidades de reparación. No cuenta con una red viaria de carreteras ni ferrocarril, no existe red de alcantarillado ni siquiera en la capital ni de un sistema de Sanidad estatal en condiciones, entre otro millón de millar de cosas. Otra cosa en la que había reparado es en que por las calles no se ven ni gatos, ni perros, ni ratas. Llegué a la conclusión –esto es una apreciación personal- de que los más pobres se las zampan. De hecho, cuando fuímos a un restaurante a comer cabra a la brasa, se me cayeron los huevos al suelo cuando al acabarnos la bandeja de carne, el camarero la colocó en el suelo e inmediatamente acudieron cinco o seis sombras (chavales) a recoger los huesos que previamente habíamos roído. Llegaron, limpiaron y se fueron sin hacer casi ruido.

En fín, pasamos el resto del día entre sudor de mono y, al día siguiente, vuelta a casa.

Chimpún.

1er capítulo, aquí

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